El Financiero
22/12/2015
“¿Protesta usted cumplir y hacer cumplir los estatutos del Consejo Coordinador Empresarial, velando por los intereses de sus agremiados al tiempo de contribuir al desarrollo y la prosperidad de México?”. La respuesta: “Sí, protesto”. Con ese protocolo tomó protesta Juan Pablo Castañón como nuevo presidente del organismo empresarial la semana pasada. Quien tomó el juramento no fue el gremio, ni tampoco su antecesor, sino el presidente de la República.
El evento fue majestuoso e imponente. El presídium inmenso sentaba a más de 50 personas, con el presidente Enrique Peña Nieto al centro, los presidentes de las cámaras del Congreso de la Unión, la mitad del gabinete, 15 gobernadores, titulares de órganos autónomos y presidentes de los 12 organismos que conforman el CCE. Abajo más de mil 500 invitados. Según crónicas periodísticas, Enrique Peña Nieto habría dicho en tono de broma que el evento parecía una toma de posesión de un presidente de la República.
Los discursos reflejaron la cortesía de las relaciones entre el sector político y el mundo empresarial organizado. “Señor presidente de la República, nuevamente refrendamos nuestro reconocimiento por la apertura y la disposición para el diálogo y el trabajo conjunto que hemos encontrado en su persona y en su gobierno (…). En estos tres años han habido diferencias, pero sin duda han sido predominantes las coincidencias y el trabajo fecundo”. Así se expresó Gerardo Gutiérrez Candiani, presidente saliente del CCE, quien realizó una magnífica labor de liderazgo del organismo.
El mensaje del nuevo presidente del CCE –quien llega al organismo después de una labor activa y fructífera al frente de la Coparmex– fue relevante y tuvo resonancia mediática. Juan Pablo Castañón demandó varias cosas del gobierno y del Congreso: reducción de trámites y regulación para empresas; una reforma hacendaria que las estimule; mayor acceso al capital y a incentivos para la inversión, con financiamiento competitivo; que el gobierno pague a tiempo a los proveedores; así como combatir la corrupción y una reforma electoral para restaurar la libertad de expresión del sector empresarial.
Hubo 17 encabezados en periódicos nacionales que resaltaron el mensaje del CCE: “Exige CCE a gobierno acelerar pagos”. “Urge IP a concretar plan anticorrupción”. “CCE pide reformar ley electoral para recuperar libertad de expresión”. “Urge CCE mejoras en seguridad y legalidad”. No obstante, algunos medios resaltaron la figura presidencial más que el mensaje del nuevo presidente del CCE. Por ejemplo, el periódico Reforma encabezó: “Asiste Peña a renovación del CCE”, mientras EL FINANCIERO encabezó: “Peña pide compromiso con una nueva ética y Estado de derecho”.
La resonancia mediática sería una muy buena noticia de la “influencia” del CCE. Sin embargo es pertinente reflexionar si esos usos y costumbres son los que requieren los nuevos liderazgos empresariales en México. ¿Por qué tiene que ser el presidente de la República quien tome protesta del dirigente del organismo cúpula del sector empresarial?
¿Por qué tiene que haber un presídium de 50 personas que evoca eventos del PRI de los años setenta o escenarios tipo Soviet Supremo de los años sesenta? ¿Acaso se requiere la bendición presidencial para que la cúpula empresarial tenga resonancia en la opinión pública?
Los usos y costumbres de los organismos empresariales han cambiado poco. Todas las reuniones anuales de empresarios organizados, sean de la industria de la transformación, del sector financiero o de comercio, cuentan con la presencia del presidente. Con frecuencia, el mensaje presidencial opaca el de los empresarios. Pero acaso lo más relevante es analizar a quién quieren hablarle los empresarios organizados. ¿Al poder político del país? ¿A una sociedad que necesita que los empresarios asuman un liderazgo social? ¿A los jóvenes emprendedores que México tanto necesita?
En el Bajío hay un dinamismo económico vibrante alejado de las ceremonias de los hoteles de la ciudad de México. Ahí hay emprendedores que requieren un nuevo lenguaje para acercarse al sector empresarial organizado. Esos emprendedores no leen columnas políticas ni tampoco la prensa escrita. Incluso en la política hay algunos vientos renovadores. Pedro Kumamoto, un joven en Converse que se convirtió en el primer diputado independiente en el Congreso de Jalisco gracias a una campaña en redes sociales moderna y dinámica. ¿Cómo esperar que México se convierta en un país de jóvenes emprendedores si la cúpula empresarial se encuentra atrapada por los protocolos del siglo XX?
Los simbolismos importan. Quizá los nuevos liderazgos empresariales deben estar más cerca de los empresarios que del gobierno. Quizá deben estar menos preocupados por su cercanía con el poder político que su comunicación con los emprendedores del futuro. Buena parte del corporativismo mexicano del siglo XX incluía de manera informal la relación piramidal entre los empresarios y el poder político. Ya es hora de intentar nuevos usos y costumbres.
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